Los territorios
que transitamos

El viaje que os proponemos sigue un mapa un tanto indeterminado que tendrá que ir definiéndose desde el lugar desde donde se inicie. Sin embargo, independientemente de dónde se ubique ese punto de partida, es necesario tener en cuenta cuatro territorios a la hora de hacer que las vidas sean vivibles como son: el rural, el urbano, el natural y el digital.

Incluso aunque no planeemos transitarlos directamente, hay que ser conscientes de que estamos atravesadas por ellos. Lo urbano no puede olvidar que se alimenta del rural, lo rural cohabita con lo natural y lo digital parece que flota por todas partes pero también tiene un plano muy físico.

Además, cuando pensamos en estos cuatro territorios no debemos hacerlo atendiendo exclusivamente al terreno que nos rodea más inmediatamente, sino que tenemos que ir más allá. Es muy importante recordar que nuestras acciones dependen, impactan, cuando no directamente, vulneran otros espacios y pueblos, especialmente, aquellos que se encuentran en el sur global.

¿Qué tenemos que tener en cuenta a la hora de hacer vidas vivibles en estos cuatro territorios? ¡Vamos con ellos!

Territorio rural

La atracción que ejercen las ciudades ha hecho que el mundo rural se haya ido quedando sin gente. Y, en un círculo vicioso, la despoblación hace que cada vez haya menos servicios.

Sin embargo, nuestros pueblos son piezas fundamentales para sostener las vidas, también urbanas. Por un lado, proveen alimentos, energía y recursos. Además, guardan lenguas, tradiciones y saberes con un valor inestimable. Por otro, son los que cuidan los bosques, ríos o mares, algo fundamental para la salud física y mental de todas las personas.

A la par, el territorio rural asume buena parte de las externalidades en forma de sobrexplotación y contaminación del agua, megaproyectos energéticos o macrogranjas; de esas infraestructuras que solo están pensadas para conectar ciudades, como autovías o trenes de alta velocidad; de plantas de tratamiento de residuos o vertederos. Por no hablar de una turistificación que convierte a las aldeas en parques temáticos de usar y olvidar.

Por todo ello, cuidar de nuestros pueblos, sus entornos y sus habitantes es algo fundamental para hacer las vidas vivibles dentro y fuera de los pueblos

Territorio urbano

Las ciudades tienen un gran poder de seducción al presentarse como un motor cultural, económico, político, social o tecnológico. Esto trae consigo grandes oportunidades y también grandes retos.

Por un lado, esta constante expansión atrae a nuevos habitantes de diferentes culturas, lenguas, identidades y saberes. Esta diversidad de miradas hace que las urbes sean vivarachas que, sin lugar a duda, es una de sus grandes cualidades. Sin embargo, la mezcla también puede traer consigo tensiones que, si no se abordan, pueden ser manipuladas para alimentar discursos de odio y exclusión.

Además, su ensanchamiento se va tragando las periferias (es decir, territorios naturales y/o rurales), afianzando el imperio de la asfaltocracia. Ese diseño aséptico y gris donde el coche es el rey. Y, en consecuencia, las personas se ven acorraladas y la naturaleza queda docilizada y disminuida a su mínima expresión.

Por ello, tener en cuenta el enfoque de sostenibilidad de la vida en las ciudades supone poner en marcha una revolución urbana que parta del poner las vidas en el centro.

Territorio natural

El pensamiento occidental ha colocado al hombre como uno de los escalones más altos de la scala naturae. Por debajo, se encuentra una cadena conformada por mujeres, hombres no blancos, animales, plantas y, por último, minerales. Esa visión del varón como un individuo complejo y racional justifica su capacidad de dominación del resto de seres, que han de estar necesariamente a su disposición.

Esta cosmovisión filosófica occidental es importante porque asienta las bases de nuestro sistema que olvida que, más que individuos, somos seres transindividuales que estamos conformados por múltiples elementos de la naturaleza que va desde el agua a las bacterias. Es decir, formamos parte de la naturaleza y, con ello, estamos intrínsecamente ligada a ella.

En consecuencia, entender que somos seres ecodependientes y una parte más de la trama de la vida se antoja fundamental para transformar nuestra relación con la naturaleza. Una relación que, hasta el momento, se ha basado en expolio, docilización y destrucción de los territorios naturales para colmar nuestras expectativas de consumo tanto en nuestros entornos más cercanos como, especialmente, en los pueblos del sur sobre los que todavía planea la sombra de la colonialidad.

Todo ello nos ha llevado a una situación de crisis que hace que cuidar el territorio natural ya no sea solo un deseable, sino que es una obligación ineludible si queremos garantizar el bienestar no solo de la humanidad, sino de todos los ecosistemas de los que dependemos y dependerán las generaciones futuras.

Territorio digital

En los albores de internet, el mundo virtual se imaginó como una utopía donde el conocimiento y las ideas podrían circular libremente y crear una realidad más equitativa y justa. Pero, poco a poco, nos hemos ido encerrando en nichos de consumo privados condicionadas por la economía monetaria y de la atención. Regalamos datos y tiempo, recibimos desinformación y odio.

Sin embargo, el mundo digital sigue teniendo resquicios hermosos. Podemos encontrarnos con gente lejana que nunca habríamos podido conocer en persona. Y, además, lo hacemos performando identidades infinitas desde otras clases sociales, géneros, edades o, incluso, convertirnos en una elfa hechicera caótica neutral. No obstante, nuestro avatar digital es una prolongación de nuestro ser analógico y vamos a encuerpar las alegrías, penas y también violencias que vivimos en la red.

Pues internet, aunque lo visualicemos como una nube que flota a nuestro alrededor, tiene mucho de físico. La producción de los equipos (chips, cables, pantallas…), de las instalaciones para alojar los servidores, la demanda de energía (¡ya supone el 7% de la mundial!), el agua que necesita para la refrigeración… Todo ello hace que la huella ecológica digital sea brutal, aunque no seamos consciente de ello.

Así, cuidar el territorio digital significa garantizar una red abierta, equitativa y libre, donde se dé una participación segura y tierna que nos garantice unas vidas dignas también en nuestra extensión virtual. Siempre buscando estrategias para minimizar el impacto que nuestra virtualidad tiene en el entorno natural.

¿Quieres saber más sobre estos territorios?

Esta web da vida virtual a dos textos complementarios:

Los encontrarás en formato libre ¡AQUÍ!

¿Qué era eso de vidas vivibles?

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